sábado, 5 de junio de 2010

21 de mayo, 2009.

Bueno, ya han pasado dos años desde que enviudé de Manena.
Pasé su aniversario y el publicitario día de la madre (sábado y domingo) en íntima zozobra.
Todavía hay momentos en que las emociones me embargan y lloro en silencio. Pero sólo de vez en cuando. Para ser sincero, la causa principal de mis abatimientos es la distancia a la que me veo obligado a vivir de Paloma.
He tratado de compensar esta carencia enviándole regalos a través de su hermano Javier, a saber sólo artículos deportivos que he ido acumulando para ella en estos últimos meses. Preocupación me produce no saber si su familia sanguínea le fomenta sus notables aptitudes atléticas. Un par de zapatillas, calcetas, bermudas y poleras aeróbicas, polerón y cortavientos ¡Ah, y un pañuelo para la cabeza! Todo de primerísima calidad y a la moda, por supuesto. Y no es que pretenda fomentarle la pasión por las marcas que harto mala me parece. Nada de eso.
Es que, aunque estoy convencido de que mi niñita se merece lo mejor, estoy más interesado en saltar el alto cerco que su entorno familiar ha levantado al rededor suyo.
Ya me lo había hecho notar su padre, Germán, quien me comentó que la abuela (como un verdadero dragón celoso) preguntaba con desconfianza por la procedencia de los objetos que le llegaban a la niña.
Y sólo se me ocurrió una manera efectiva para vencer esta resistencia basada en la hipocresía y es enviar siempre objetos de valor (obviamente, a ojos de esta gente, por marca y precio).
Talvez en algún momento duden de lo que han hecho con la niña, al privarla de quien le hacía, bien o mal, de papá.
Talvez claudiquen al sospechar que ahora tengo plata...